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Llamar terapia a los electrodos

Desde hace algún tiempo, estamos observando un terrorifico aumento de personas a las que se les ofrece la alternativa de la terapia electroconvulsiva como panacea a las dificultades que aparecen en el tratamiento. Tradicionalmente, este tipo de prácticas se realizaban en clínicas privadas, siendo lo público un ámbito en que se el desuso de ésta era el paradigma. De un tiempo a esta parte, el uso de los electrodos ha ido en aumento , pudiendo observar que en hospitales públicos( aquí, por ejemplo) se realiza esta práctica. Al producirse este boom , podemos hacer el analisis de dos maneras distintas: ético y científico. Algunos , se empeñan en separarlo aunque, desde aquí, nos parece indispensable que lo uno y lo otro permanezcan unidos. No obstante, vale un simple repaso a la literatura “científica” para observar que esta supuesta solución a “personas resistentes al tratamiento” no genera buenas soluciones. Sí, he dicho buenas, porque quizás satisfactorias , según el prisma que se observe, sí. ¿Cuál es el objetivo?

  • Que la persona adquiera capacidades, que entienda qué el lo que le ocurre, los significados de su sufrimiento, que genere formas de actuación que le supongan autocuidados, generar espacios de apoyo en la comunidad,… En definitiva, apoyar que una persona adquiera su vida, su autonomía, que tome sus decisiones, y se haga consecuente de éstas,…

  • Que la persona adquiera cierta docilidad, que pierda esas conductas impulsivas y dañinas, pero no que no genere alternativas, …En definitiva, una persona que no genere problema para ella misma y tampoco para su contexto.

Depende de la respuesta, ahí estará el camino. A lo largo de mi experiencia, y la de muchos compañeros, hemos encontrado (de manera reiterada) como se planteaba esta solución ante los “casos dificiles” , esos que a los profesionales nos hacen pensar de más, y desesperarnos en ocasiones. Esos casos que implican replantearte el modelo de trabajo, y su ineficacia (al menos para esta persona) , y por tanto la búsqueda de nuevas formas.

Los orígenes de la TEC se situán en 1938 , en Italia. El neurólogo Ugo Cerletti creía en la idea de la reorganización del cerebro, y está se podía producir a través de la inducción de electricidad. Si leémos acerca de estos inicios, encontramos que el uso principal que se le daba era para “mejorar ciertas demencias” pero en el camino, encontraron que “la mejora” se daba en el espectro psicótico. La narración que realiza Cerletti de como comenzó creo que puede darnos pistas de la crueldad de ésta, y de la posición en la que Cerletti situaba a los pacientes :

Fui al matadero […] Colocaban en las sienes de los cerdos unas grandes pinzas metálicas que estaban conectadas a la corriente eléctrica (125 voltios) […] Los cerdos quedaban inconscientes, aganrrotados, y unos segundos más tarde se agitaban como consecuencia de las convulsiones, como sucedía con los perros que utilizábamos en nuestros experimentos […] Sentí que podíamos aventuramos a probarlo en personas. Tan pronto como se introducía la corriente, el paciente reaccionaba con una sacudida, y los músculos de su cuerpo se agarrotaban; después quedaba tendido en la cama sin perder la conciencia […] Se propuso que deberíamos dejar al paciente descansar durante cierto tiempo y repetir el experimento al día siguiente. De repente, el paciente, que evidentemente había seguido nuestra conversación, dijo claramente y con solemnidad, sin las incoherencias que decía habitualmente: «¡Otra vez no! ¡Es mortal!» ”.

(Impástate 1960: 1113-4)

La TEC implica una descarga con un voltaje de entre 120 y 150 voltios, aunque la intensidad varía entre 70 y 400 durante unos 40 segundos (como si nos hiciéramos una quemadura doméstica). La muerte por electrocución se da entre 120 y 220 voltios. Se suelen dar entre 6 y 12 sesiones, una vez cada 2-5 días. Bentall, en su libro “Modelos de locura” nos habla de los efectos secundarios que esta práctica puede generar : rotura de huesos, amnesia retrógrada y anterógrada, daños cerebral, disfunciones cognitivas,…

  • Amnesia retrógada: incapacidad para evocar sucesos del pasado. Todos los estudios están de acuerdo en algo: la capacidad de los sujetos para recordar los meses inmeditamente próximos a la aplicación del TEC se ven afectados, aunque muchos también añaden etapas más largas. Recojo un fragmento escrito por Bentall (2009) :“…las lagunas de memoria afectaban a un período de 25 años, que se reducía a 3 años 7 meses después de haber recibido la TEC (Squire e? úf/. 1981). Tres años después de la TEC, los pacientes seguían sin recordar los acontecimientos ocurridos durante los 6 meses inmediatamente anteriores al tratamiento (Squiere y Slater 1983)”.

  • Amnesia anterógrada: incapacidad para retener nueva información. Parece evidente , que los pacientes que han sido sometidos a esta práctica, les ocurre. Existe variablidad en los datos: según los estudios , esta pérdida puede ser de dos meses (Squire y Slater 1983), tres meses (Halliday et al. 1968), e incluso hay estudios que plantean que esta perdida puede ser irreversible (Goldman et al, 1972).

Cuando estas pérdidas de memoria se demostraron, muchos crearon una nueva explicación: las pérdidas de memoria son un efecto directo del agravamiento de la enfermedad. ¿Y quién demostró esto? La respuesta es : nadie.

Siguiendo un sentido lógico, parece evidente que otro de los grandes efectos secundarios de la TEC sean las disfunciones cognitivas. De ahí el salto: evidencia de daño cerebral que produce esta técnica. Hay numerosa literatura al respecto (Alpers 1946, Allen 1959, Weinberger et al. 1979,…).

En este punto , es cuando se demuestra el porqué lo ético y lo científico deben estar unidos, porqué debemos estar atentos a que viejas prácticas se introduzcan como nuevas alternativas, y se planteé una eficacia que no es real. Aquí llegamos a un punto eternamente repetido: el consentimiento informado. La importancia radical de conocer qué es, cómo y qué produce aquello que “me tomo”, aquel “tratamiento que me van a someter”,… Aquí hay que repensar cómo se hace llegar la información, de cuánta disponemos, y de la calidad de ésta. Es de importancia radical, hacer llegar (y saber hacerlo) una información real, y asegurarnos (como profesionales) que esta está siendo entendida. Normalmente, estos tratamientos se plantean cuando el sufrimiento y el cansancio tanto del paciente/usurio como de las familias y entorno es enorme, por lo que la probabilidad de que se acepte es mayor. De nuevo, el nivel ético sobre la bata blanca.

Sin información no hay derechos, y sin derechos no hay autonomía.

Más y más evidencia de los efectos del electroshock http://www.ectresources.org/

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